"Abram y Sarai y el faraón en Egipto" de Ulrich Leive

Saray se sintió sin fuerzas y débil. Desde varios días ella, su esposo Abram, Lot y sus criados estaban cruzando el desierto como una caravana pequeña rumbo a Egipto. Aunque era un viaje largo y agotador, el hambre en la tierra madre era mas grande y mas grave que todos los obstáculos en el camino. Y aunque tenia ciertas dudas con respecto a ese viaje que mas que nada pareció ser una fuga, ella se quedó muda cuando Abram habló maravillas sobre las riquezas y graneros llenos de Egipto. De todos modos fue el quien tomó las decisión y su “No” igual no hubiera sido escuchado.

En una noche – cuando Egipto parecía estar ya al alcance de la mano – después de que ellos otra vez habían preparado todo para acampar y que Saray había preparado para Abram, Lot y sus crías algo comible de las pocas reservas y de lo que encontró al ambular por las cercanías, su marido la llamó y dijo con ese tono de voz suave pero impositivo – muy propio de el – “Estoy pensando que eres una mujer hermosa. Los egipcios al verte dirán: “Es su mujer”, y me matarán para llevarte. Di, pues, que eres mi hermana; esto será mucho mejor para mí, y me respetarán en consideración a ti.” Haber dicho esas palabras le dio la espalda a ella, dando así a entender que no era un pedido sino un orden. Saray hervía en cólera, todo se daba vuelta alrededor de ella y desde lo profundo de su corazón ascendió algo, pasando por la traquea y la garganta para desvanecer silenciosamente en su boca. Contradecir a su marido en frente de todos esos hombres hubiera causado en el mejor de los casos una catarata de carcajadas. El “No” lleno de fuerzas que salio del corazón termino como suspiro bajito y apenas audible, pero ni eso percibió hombre alguno en la carpa.

Saray pudo sentir todas las miradas de los egipcios, y como cada una se pego a su cuerpo, ese cuerpo que ahora ya no era de Saray sino de la bella hermana de Abram. Ella sintió que con sus ojos la querían desnudar, raptar toda su dignidad y personalidad hasta convertirla en puro cuerpo y objeto.  Mientras tanto Abram fanfarroneo con la belleza de su hermana hasta que un día un puñado de oficiales del faraón se enteraron del rumor respecto a una extranjera hermosa. Después de haber observado a ella desde lejos, se fueron al faraón para exaltar la belleza exótica y tentadora de esa mujer extranjera, que todos llamaron la bella hermana de Abram. Interesado el faraón ordeno, llevar esa belleza exótica y a su hermano de manera inmediata al palacio para que el pudiera verla con sus propios ojos y tocarla con sus propias manos.
Saray tuvo que luchar contra sus lágrimas, la vergüenza delirante y las ganas de vomitar toda esa impotencia, cuando su esposo empezó a ponerla en vente enfrente del faraón, reduciendo su belleza a una superficie por la cual Abram guió al faraón como si fuese la inspección de algún terreno – y que concluyo con un trato entre dos negociantes con un fuerte y varonil apretón de manos. Ella debería ser llevada a la casa del faraón como una perla bella, extranjera y exótica y Abram en cambio debería recibir ganado y criados. Este trato sin perdedor se festejo con vino y como la fiesta reboso de embriaguez y alegría, nadie escucho al desesperado “No, yo no quiero” de Saray.

Saray soporto al placer desfrenado y perverso del faraón y la violencia con que la penetro – en la primera y las siguientes noches. Lo hizo porque llego a entender que mas se resistía mas el la hizo doler y pareció que mas le gusto. Lo soporto pero cada vez mas todo su ser grito mas fuerte en cuerpo y alma “No“. Pero entre todos los gemidos el faraón no lo escucho. No lo escucho cuando la filmo, cuando le obligó a posar de manera lasciva. Y también aquellos que vieron el vídeo on line, no escucharon el “No“ que gritaron los ojos de Saray. Tampoco no escucharon el “No“ aquellos que atraídos por los volantes en Plaza Miserere acudieron de noche a la casa del faraón para ver bailar a esa hebrea exótica, bonita y siempre sumisa en el caño, porque la música era demasiado fuerte. Nadie escucho su “No” y tampoco nadie quiso escucharlo. Pero el Dios que escucha afligió con grandes plagas al faraón y su gente por la palabra de Saray. Porque Dios escucho el “No” de Saray como entonces escucho el clamor de la sangre de Abel y también como después escuchara al clamor de los oprimidos en Egipto.
Y así el faraón soltó a Saray, pero expulso a ella, Abram y Lot y todo sus criados y todo el ganado y los criados que Abram recibió a causa del trata de un ser humano.

Y si Saray hoy viene a nuestro país y nuestra ciudad y si es vendida como objeto bello y exótico, si la vemos en vídeos y bailando y sudando en el caño, ¿escuchamos su “No”? Lo escuchamos y entonamos el “No” de Saray a violencia estructural, físico, psiquico, verbal y sexual contra mujeres. Porque solamente si lo entonamos, obramos con nuestras propias manos y nuestra propia voz la esperanza por la justicia y el amor de Dios.